1 de mayo de 2011

Las Dudas, La Nada, la Imaginación y nosotros.

Después de noches de pasiones oscuras, de momentos de arrepentimiento en donde ambos compartimos el instantáneo placer que parecía tan eterno suspiro, nos encontramos en medio de la mañana.
O quizás debería decir, nos reencontramos, porque esa noche fue en la que nuestros caminos se cruzaron, tan iguales y nos vinieron a decir que quizás ante todo, había una salvación. Pero aprovechamos la precaución de un semáforo en ámbar, para disfrutar del panorama de la ciudad, así, ambos bajamos de los caballos que tan rápidos nos conducían hacia Nada, hacia ninguna parte, pero hacia el inicio de todo, porque finalmente nosotros acabamos donde alguna vez iniciamos la vida; en esa Nada instantánea que nos empeñamos en recrear cada vez que hacemos el amor, cada vez que la noche nos cruza y nos intersecta con otra persona, cada vez que el semáforo se pone ámbar y nosotros aprovechamos para, con los seis sentidos, describirnos a nosotros mismos el panorama de una ciudad creciente, de un campo distante, o quizás de una Nada que inicia o que termina. Así es como nos encontramos. Los caballos nos esperaban, tomando la distancia y privacidad que requeríamos y nuestros besos completaban las historias que a medias iniciábamos para tomar bocanadas de aire y del perfume del otro en medio de los besos. Quizás eso era la vida al fin y al cabo. Un perfume color ámbar, una espera minuciosa que parece tan eterna como un suspiro pero que no hace nada más que apaciguarnos un momento de esa Nada que buscamos, a la que viajamos en caballos o barcos o naves aéreas. Tanto tiempo entonces, tan poco tiempo que parece ahora, pero bien lo supimos hacer rendir. 
Nos detuvimos entre besos, para encontrarnos y encontrar la Nada a la que íbamos en el cuerpo del otro. Y es que quizás, la Nada en realidad es una espera color ámbar y bajo ese pensamiento temeroso, lo dimos todo al otro, nos ofrecimos y nos sacrificamos, por si del ámbar salía un rojo que nos impedía continuar tan acelerádamente como lo habíamos hecho hasta ahora.
Recorrimos a pié distancias imaginarias, que no eran sino un reflejo de las distancias que recorríamos a besos en el cuerpo del otro, para encontrar a aquél con el que nos habíamos intersectado y a nosotros mismos y al panorama de una espera color ámbar.
Todo podía pasar, pero pasó Nada. Nada más que el disfrute propio del placer. Nuestros seis sentidos terminaron extasiados; esperar siempre es bueno.
Las esperas nos hacen recapacitar, pensar si es mejor apresurarse por si el ámbar se torna rojo o tomar las cosas más lentas por si el ámbar se torna verde. Finalmente, una espera nos invita a reconsiderar si el panorama es el indicado en nuestra vida o si deberíamos tomar el próximo retorno, o quizás, dejar el caballo y tomar un barco o una nave aérea para continuar nuestro camino hacia la Nada.
Pero, finalmente, pasa nada. No hay prisa. Nosotros mismos nos apresuramos, por que valoramos tan poco nuestra vida que queremos regresar al inicio, dar una vuelta en círculo porque no tenemos el valor suficiente para mirar atrás, a la neblina de nuestro pasado, que en nuestra mente algunas veces se ve tan clara, pero es producto de nuestra imaginación.
Esa imaginación... muchos piensan que la vamos perdiendo con el tiempo pero, realmente, es un recurso no renovable que gastamos en llenar los huecos de aquellas cosas que olvidamos con el tiempo y que no nos atrevemos a indicarle a nuestro caballo que regrese a vivirlas, por el miedo, por la presión mental de llegar a la Nada, por el miedo a la Nada a la que sin darnos cuenta nos conducimos tan rápidamente...
Quizás debería callarme y disfrutar de tu cuerpo. Pero, sencillamente, no puedo. Porque esta intersección, la espera color ámbar, es el conocimiento. Ahora que te bebo beso a beso, tan léntamente, compartimos juntos el conocimiento que propicia a estas reflexiones. Las esperas, las intersecciones, son los reflexiones, el compartir los detalles de la Nada para tener menos miedo a ella, para desacelerarnos un poco y poder disfrutar de la vida, del panorama desde nuestro caballo, en vez de querer dirigirnos tan rápidamente a la Nada para acabar con el suplicio y la curiosidad de no saber que es.
Pero la Nada, es tu cuerpo. Es mi cuerpo. Son éstos besos. No hay Nada que temer. No hay Nada a la cuál temerle. Si te detienes a pensarlo, si todo camino conduce a una Nada personal, entonces no deberíamos de estar llorando, porque nuestras lágrimas son Nada, incluso, nosotros mismos no somos nada si no el recuerdo de nuestro pasado, un pasado imaginado, porque ahora que recorremos a besos nuestro pasado, no queremos mirarnos en el río, por miedo a que no seamos los huecos llenados por nuestra imaginación si no una Nada eterna. Ese es nuestro miedo, por eso cada día al despertarnos nos miramos al espejo, para asegurarnos de que somos algo y Nada. 
Ahora mismo, no estamos desnudos, estamos cubiertos por la Nada del amanecer mientras el semáforo de la vida sigue en ámbar. Hasta que dejemos de imaginarnos, no podremos continuar, pero quizás, ésta espera sea nuestra Nada. Quizás la Nada que imaginamos realmente no sea nada y sea un punto eterno de reflexión, un espejo en las cuatro dimensiones que nos refleja en el pasado, en el presente y en el futuro de la Nada, pero que nuestra imaginación intenta controlar para que no nos refleje tan perfectamente.
Quizás este suspiro es la Nada que temíamos, quizás nada es Nada. Quizás deberíamos cerrar los ojos y dejar que nuestra imaginación recree la última noche, la noche que pasamos juntos, la noche en la que nos encontramos, nos intersectamos, nos reencontramos y nos descubrimos como la Nada que somos.
Porque la Nada, somos nosotros, los cuerpos que aman. Y la Nada, son los besos que cubrieron nuestro cuerpo de la muerte, la vida y la Nada que buscábamos... 
Volvamos a acobijarnos, de la noche, ahí perderemos toda percepción de lo que somos, o de lo que nos imaginamos ser, por el temor de darnos cuenta de que somos la Nada que tememos...

Ahora, el momento es eterno. Ahora, ya no queda Nada. Ni Nada que perder.Después de noches de pasiones oscuras, de momentos de arrepentimiento en donde ambos compartimos el instantáneo placer que parecía tan eterno suspiro, nos encontramos en medio de la mañana.
O quizás debería decir, nos reencontramos, porque esa noche fue en la que nuestros caminos se cruzaron, tan iguales y nos vinieron a decir que quizás ante todo, había una salvación. Pero aprovechamos la precaución de un semáforo en ámbar, para disfrutar del panorama de la ciudad, así, ambos bajamos de los caballos que tan rápidos nos conducían hacia Nada, hacia ninguna parte, pero hacia el inicio de todo, porque finalmente nosotros acabamos donde alguna vez iniciamos la vida; en esa Nada instantánea que nos empeñamos en recrear cada vez que hacemos el amor, cada vez que la noche nos cruza y nos intersecta con otra persona, cada vez que el semáforo se pone ámbar y nosotros aprovechamos para, con los seis sentidos, describirnos a nosotros mismos el panorama de una ciudad creciente, de un campo distante, o quizás de una Nada que inicia o que termina. Así es como nos encontramos. Los caballos nos esperaban, tomando la distancia y privacidad que requeríamos y nuestros besos completaban las historias que a medias iniciábamos para tomar bocanadas de aire y del perfume del otro en medio de los besos. Quizás eso era la vida al fin y al cabo. Un perfume color ámbar, una espera minuciosa que parece tan eterna como un suspiro pero que no hace nada más que apaciguarnos un momento de esa Nada que buscamos, a la que viajamos en caballos o barcos o naves aéreas. Tanto tiempo entonces, tan poco tiempo que parece ahora, pero bien lo supimos hacer rendir. 
Nos detuvimos entre besos, para encontrarnos y encontrar la Nada a la que íbamos en el cuerpo del otro. Y es que quizás, la Nada en realidad es una espera color ámbar y bajo ese pensamiento temeroso, lo dimos todo al otro, nos ofrecimos y nos sacrificamos, por si del ámbar salía un rojo que nos impedía continuar tan acelerádamente como lo habíamos hecho hasta ahora.
Recorrimos a pié distancias imaginarias, que no eran sino un reflejo de las distancias que recorríamos a besos en el cuerpo del otro, para encontrar a aquél con el que nos habíamos intersectado y a nosotros mismos y al panorama de una espera color ámbar.
Todo podía pasar, pero pasó Nada. Nada más que el disfrute propio del placer. Nuestros seis sentidos terminaron extasiados; esperar siempre es bueno.
Las esperas nos hacen recapacitar, pensar si es mejor apresurarse por si el ámbar se torna rojo o tomar las cosas más lentas por si el ámbar se torna verde. Finalmente, una espera nos invita a reconsiderar si el panorama es el indicado en nuestra vida o si deberíamos tomar el próximo retorno, o quizás, dejar el caballo y tomar un barco o una nave aérea para continuar nuestro camino hacia la Nada.
Pero, finalmente, pasa nada. No hay prisa. Nosotros mismos nos apresuramos, por que valoramos tan poco nuestra vida que queremos regresar al inicio, dar una vuelta en círculo porque no tenemos el valor suficiente para mirar atrás, a la neblina de nuestro pasado, que en nuestra mente algunas veces se ve tan clara, pero es producto de nuestra imaginación.
Esa imaginación... muchos piensan que la vamos perdiendo con el tiempo pero, realmente, es un recurso no renovable que gastamos en llenar los huecos de aquellas cosas que olvidamos con el tiempo y que no nos atrevemos a indicarle a nuestro caballo que regrese a vivirlas, por el miedo, por la presión mental de llegar a la Nada, por el miedo a la Nada a la que sin darnos cuenta nos conducimos tan rápidamente...
Quizás debería callarme y disfrutar de tu cuerpo. Pero, sencillamente, no puedo. Porque esta intersección, la espera color ámbar, es el conocimiento. Ahora que te bebo beso a beso, tan léntamente, compartimos juntos el conocimiento que propicia a estas reflexiones. Las esperas, las intersecciones, son los reflexiones, el compartir los detalles de la Nada para tener menos miedo a ella, para desacelerarnos un poco y poder disfrutar de la vida, del panorama desde nuestro caballo, en vez de querer dirigirnos tan rápidamente a la Nada para acabar con el suplicio y la curiosidad de no saber que es.
Pero la Nada, es tu cuerpo. Es mi cuerpo. Son éstos besos. No hay Nada que temer. No hay Nada a la cuál temerle. Si te detienes a pensarlo, si todo camino conduce a una Nada personal, entonces no deberíamos de estar llorando, porque nuestras lágrimas son Nada, incluso, nosotros mismos no somos nada si no el recuerdo de nuestro pasado, un pasado imaginado, porque ahora que recorremos a besos nuestro pasado, no queremos mirarnos en el río, por miedo a que no seamos los huecos llenados por nuestra imaginación si no una Nada eterna. Ese es nuestro miedo, por eso cada día al despertarnos nos miramos al espejo, para asegurarnos de que somos algo y Nada. 
Ahora mismo, no estamos desnudos, estamos cubiertos por la Nada del amanecer mientras el semáforo de la vida sigue en ámbar. Hasta que dejemos de imaginarnos, no podremos continuar, pero quizás, ésta espera sea nuestra Nada. Quizás la Nada que imaginamos realmente no sea nada y sea un punto eterno de reflexión, un espejo en las cuatro dimensiones que nos refleja en el pasado, en el presente y en el futuro de la Nada, pero que nuestra imaginación intenta controlar para que no nos refleje tan perfectamente.
Quizás este suspiro es la Nada que temíamos, quizás nada es Nada. Quizás deberíamos cerrar los ojos y dejar que nuestra imaginación recree la última noche, la noche que pasamos juntos, la noche en la que nos encontramos, nos intersectamos, nos reencontramos y nos descubrimos como la Nada que somos.
Porque la Nada, somos nosotros, los cuerpos que aman. Y la Nada, son los besos que cubrieron nuestro cuerpo de la muerte, la vida y la Nada que buscábamos... 
Volvamos a acobijarnos, de la noche, ahí perderemos toda percepción de lo que somos, o de lo que nos imaginamos ser, por el temor de darnos cuenta de que somos la Nada que tememos...

Ahora, el momento es eterno. Ahora, ya no queda Nada. Ni Nada que perder.

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