30 de mayo de 2011

Estabas ahí; sólo estabas.

Estabas ahí; tú sólo estabas. Como un río sin corriente o una televisión apagada; ocupabas ese lugar entre el mundo y yo no tenía ojos más que para verte estar. Y yo me conformaba con eso, con estar cerca de ti; con poder mirarte a través de la ventana de forma automática cuando al dar el salto de renglón me quedaba sin inspiración y entonces regresaba al texto, cerraba los ojos y mis dedos escribían.
Estabas ahí, sólo estabas. Sin expresión a través de la ventana. Mirabas, no hacia mí, no a nadie sino al vago punto de una mirada. Y yo era feliz con la distancia. Te sonreía y a veces a lo lejos te saludaba. Así era aquello, cubierto de una oscura melodía de la que yo completo me saciaba.
Estabas ahí, sólo estabas. Quizás hubiera sido mejor que ésta historia tenga ese final, a veces uno se detiene a pensar qué hacer, se cierra y nubla en su ser cuando la respuesta la tiene enfrente de la ara. Así es como pasa esto y no nos queda más que darnos cuenta, algunas veces muy tarde, de aquella respuesta que descartamos por obvia pero que realmente, es la necesaria.
Estabas ahí, sólo estabas. Y tu cuerpo me complementaba. La distancia era lejana. A veces escuchaba a tu voz que me llamaba. La distancia era cercana. Si la lluvia caía, tu cara no estaba nublada. Si el arcoíris se extendía, tu cara no se rayaba. La distancia era distancia. La distancia nos mediaba.
Estabas ahí, sólo estabas. Mi vida seguía y el tiempo pasaba por ti; cambiaba tu ropa y tu expresión facial. Pero un día me cansé; salté por la ventana e intenté ir a tu lado, pedirte una palabra, un suspiro, un abrazo o una sonrisa, pero por más que lo intentaba la distancia siempre era la misma, no importa el ángulo desde el que lo intentara.
Estabas ahí, sólo estabas. No importaba si cambiaba, no importaba si te llamaba. Todos mis intentos, la distancia los negaba. La distancia te protegía como membrana, mi paciencia poco a poco se colmaba. Mis lágrimas no cambiaban tu dura porcelana. La distancia era mi única adversaria.
Estabas ahí, sólo estabas. Como el mal augurio o el recordatorio de lo que nunca pudo ser. Y viví con miedo entonces, pero ese miedo era lo que me mantenía de superar de una vez por todas a la distancia, mi vida seguía con su curso, pero yo quería saber que todo existió alguna vez; que de tus labios hubo una sonrisa y unas cuantas palabras hacia mí, que debía continuar por que todo eso existió y si así fue, existía también la posibilidad de vencer mi miedo a la derrota.
Estabas ahí, sólo estabas. Y yo intenté de todo entonces, pero nada funcionaba. La distancia nunca se acortaba.
Estabas ahí, sólo estabas. Tuve un sueño donde estabas ahí, sólo estabas. Pero cuando me desperté, tus brazos no me confortaban y la distancia nos separaba…

23 de mayo de 2011

El tren (reflexiones)

Tras una charla sobre sentimientos, recuerdo aquél oscuro día soleado, donde descubrí tu figura por primera vez, en el vestido de girasoles y geranios que contrastaban perfectamente con el verde del pasto. Y me dices que el tren tras que se interpuso entre lo que se decían nuestras sonrisas realmente no existió; que ese era un campo abandonado donde el último tren que pasó llevaba consigo a Zapata y que todo fue una ilusión de mi mente por que no estaba listo para amarte.
Ahora mismo, que me invitas a tu boda me doy cuenta de que ya es demasiado tarde, que quizás todo fue una ilusión, porque pese a todo, los sentimientos siempre son mucho más fuertes que la razón y, si es necesario, tendré que pensar en formas alternativas a la vida para poder estar junto a ti. El tiempo siempre pasa y se apodera de todo, el tiempo es un fino velo que cubre las cosas y las deja como no disponibles para que te arrepientas y aprendas a decidir en el momento adecuado. Por que las oportunidades pasan en sus raíles, rápidas y nunca las vuelves a ver. El tiempo es el cruel amigo que de la forma más ruda intenta que te des cuenta de que hiciste mal y que la herida sigue abierta; que pese a todo, ese tren se llevó los últimos momentos de mi vida y traía consigo lo que pensaba era el momento perfecto para amarte.
Pero el tren era el tiempo. Y ahora mismo, noto como a la altura del corazón mi camisa se pone roja y tú solo me sonríes y me dices que no existes, pero que todo dolor viene con un buen recuerdo para amenizar la espera a la desesperación, entonces caigo en cuenta de que no todo es en vano, que si corrí al campo y estoy del lado de los girasoles y de los geranios es por algo. Es por que ahora espero el tren en su destino; espero que el tiempo vuelva a pasar y me traiga consigo a la vida que perdí.
Y el tren pasa.
Pero tú figura desvanece del otro lado.
***
Y pienso, pienso para que la herida no duela tanto mientras cierra. El mundo es grande y los trenes, necesarios. Para recuperarme me alimento de la esperanza de que en el camino de otro tren hay otro campo de girasoles y geranios, donde encontraré el destino que me espera. Sólo así pude haber madurado, dándome cuenta de que aunque el tiempo pase y las oportunidades con él, para las cosas que necesitas siempre hay una segunda oportunidad, si no, éste campo no tendría geranios y los girasoles no me estarían viendo.
Descubro aquella sonrisa, hablándome en medio del todo. "Corre". Me suspira el viento y yo corro siguiendo las vías del tren. Corro tras mi destino y las oportunidades que dejé atrás. Y el campo sigue, se acerca a la costa y los geranios y los girasoles aparecen y desaparecen, pero el campo y las vías del tren siempre están ahí.

Gracias por haberme mostrado la esperanza

20 de mayo de 2011

Podría

Podría pasar mis dedos por tu espalda.
pero sólo recordaría lo mucho que me faltas,
en esta noche fría, donde tu ausencia me escalda.

Podría perderme y buscar tus besos,
pero sería rendirme tras tus ojos
y sentir lo más porfundo de tus huesos.

Podría simplemente recorrer tu cavidad,
pero entonces, el amor sería de gravedad
y yo sufriría por más de una eternidad.

Podría olvidarlo todo. Que esta noche insana,
es la última contigo, y qué pena;
me harás falta cuando suspire por la mañana.

17 de mayo de 2011

Esperanza

Siendo un contacto supremo,
el de tus lágrimas de crisantemo,

me pregunto por qué lloras
en vez de reservarlo para bellas horas.

Deja que el silencio selle mi piel,
que en un beso se le impregne tu miel;

quiero sentir la fuerza que mueve a tu mundo,
llegar a tus pensamientos y aún más profundo.

El color desvanece en tu cara,
eres la muerte que por siempre tomara,

si la vida a mí volvería,
si al morder tu pezón cantaría...

El oscaso en el que éramos sólo un beso,
tu cuerpo entumecido como el yeso,

todo eso quedó tan atrás,
como tu ropa, en contacto veraz.

Ahora el crisantemo que cae de tus ojos,
me niega tras algunos despojos,

pero sonríes y tus besos distantes,
traspasaron mi pecho en unos instantes

me recorre en terciopelo todo tu tacto
y con la sangre de besos sellamos el pacto.

Tras un momento el cielo nocturno,
se nubla en el viaje a Saturno

y de nuestro ya rasgado ropaje
sólo queda en tus piernas encaje.

Conocí la vida en el tiempo eterno
al tocar tu piel de infame invierno.

Ahora vivo en ese momento sutil,
donde el amor rompe al marfil...

14 de mayo de 2011

Hace mucho que no escribía, la última vez, fue en tu piel. Hace mucho de ello, pues partiste con mi inspiración. Ahora, miro con recelo la oscuridad y descubro en ella tu reflejo; volteo, con ímpetu, con júbilo, pero sólo descubro tu recuerdo y el último suspiro que me dejaste para que me embriagara de tu aroma.
Y así, embriagado del recuerdo, parto a la noche para buscarte. El tiempo, la noche, el júbilo, tu boca... ya todos me parecen concepto tan abstractos...
Me haces falta. Estoy tan habituado a tu boca, a tus besos... Me haces falta en la lluvia, cuando otras manos tocan mi piel, me haces falta en las noches, cuando en mi pecho no se derrama tu miel. Me haces falta, ahora que miro al cielo y la soledad no me parece tan alta...
Y es que contigo todo tenía otro significado, a veces intermedio y otras tan claro. Era pensar en el sol y descubrir tu sonrisa, pensar en la vida y descubrir a mi lengua corriendo en tus bosques. Tus ojos, siempre dispuestos a mostrarme otras realidades, a dejar que me ahogara en ellos para revivir cuando fundíamos nuestras respectivas soledades.
La lluvia cae. Llueve en el campo y las lombrices salen de las cenizas, rezumando desconcierto. La lluvia cae y de los techos salen los gemidos de una casa deshabitada en la que sólo queda mi recuerdo y tu fantasma. La lluvia también cae en mi alma y de ella no resulta si no un desfasado compás de los múltiples valses de los que se apoderaron nuestros cuerpos. Oscuro, necesario; ese sendero, la lluvia y tus besos. Descubrirme caminando lejos de casa, para buscarte y descubrirte corriendo a solapar tu ausencia en mi cama.
Escribo éstas líneas, escribo un Sol que sale de su escondite tras la blancura espumosa de las nubes y escribo un bello paisaje donde tú eres arcoíris, sol, y pájaros cantores. Escribo buscando tu cuerpo, esperando que las letras se junten y renazcas en mi mente, pero escribo porque te espero y no llegas, nunca llegas.
No sé cuántas veces he escrito ésta carta ya. Miro el calendario y descubro el tiempo que he pasado desde que las noches ya no existen. Desde que un día eterno de lluvia cubre el hogar donde me desprovisionaste de mi inspiración y mi soltería. La ausencia siempre es un día más y un día menos.
Esperar que llegues con la noche, pero, de todas formas, temerle a esa misma noche por que quizás lo único que haga sea anunciar que nunca regresarás y que la vida sigue sin tus besos en mi almohada. Siempre me encuentro pensando que vives en un lugar de noches inmortales, donde esperas que sea el Sol que te ilumine, pero, quizás te encuentres igual que yo; esperando, sólo esperando a la vida que no llega.
Pero, recuerdo que alguna vez viví, mi vida nunca inició con tu llegada, pero no tiene por qué terminar con tu partida. Que te hayas ido representa un nuevo comienzo, una nueva oportunidad de probar otros besos y de vivir mis noches en otro país lejano, quizás mientras espero en ésta tarde está iniciando el alba en el cuerpo que me pertence… Me toca ser estrella en el mar de otros eternos ojos.

11 de mayo de 2011

La lluvia

Llueve, veo a la lluvia caer
cuento a las gotas tocar el suelo,
pero el número que he de atraer
es tan grande y evapora en el cielo.

Llueve, y una a una se van cayendo
las esperanzas de todo el mundo.
Al tocar tierra sueltan estruendo.
Y sus gritos duran un segundo...

Llueve, detras de este gran ventanal
y te veo correr tras las aguas.
Con ese compás siempre mundanal
vienen romances; noches ambiguas...

Llueve. Pero Nos mojamos así,
Mojamos toda nuestra desnudez,
empadamos de amor y frenesí
el deseo cae con más fluidez...

10 de mayo de 2011

Quince...

Mira, si te pones a pensar, el número quince
no es cualquier número. Aquella cantidad exacta
es el número de veces que te hice y te deshice
hasta que te volvieras la figura más abstacta.
Quince besos fueron esos primeros que nos dimos
hasta que acabamos sobre el otro en tu habitación
a oscuras, quince veces fueron las que nos bebimos
cuando nuestro amor empezó como una gran función
¿Quince, recuerdas? Nos hicieron falta quince abrazos
Para que nuestros cuerpos encontraran un destino
Aquella vez me reflejé al fin en esos ojazos
y me perdí para siempre en su verde cristalino.
Quince días, y yo no puedo dejar de pensarte
incluso ahora mismo siento que te necesito.
Quience eternidades no bastarían para amarte
ni para reducir mi deseo tan infinito...

9 de mayo de 2011

El otoño

El otoño
En tu pelo
Como suaves,
Pardas hojas.
Que se rompen
Al suave amor
De un roce
Oportuno
De nuestra piel.

El otoño
Y tus ojos
Atesoran
Amarillos
Y marrones.
El silbido
De éste viento
Que ya corre,
Por nosotros.

El otoño
Melancolía
Que renace
En un beso
Todo nuestro.
Y tu lengua
Ya me toma
Me recorre
Me enamora...

El otoño
Que expiramos,
En gemidos,
Tan eterna
Su soledad
Ya vivimos,
Ya corremos,
En otoño,
Amaremos....

8 de mayo de 2011

Carta a la primer ausencia.

Escuchar el recuerdo de tus besos y después no ver sino que mi camino se niebla en el deseo. Y tu mano, o el recuerdo de tu mano, toca mi cuello y mi pecho, y el viento se arremolina tras ese recuerdo.
El sabor a miel de tu saliva, llevo tiempo sin escribirme sintiéndolo, era el aroma de tu piel cuando las gotas de mi sudor rodaban silenciosas por tus pezones, como canicas en el patio del recreo.
La finura de tus dedos, el eterno ritmo de un enamorado al tocar tu pecho; tu cuerpo, mi oscuro deseo.
Era verte y sentir perder mi corazón tras la existencia de ese solemne deseo. Descubrir tu cuerpo cada tarde, cada noche, cada día: a cada beso y enamorarme cuando con tu boca me hacías rozar el cielo.
Era verte, tan perdido, cruzando la calle, buscando ese recuerdo, tan placentero, que me has hecho saber que tienes de mi y sentir como perdían su cauce uno a uno mis latidos, para que finalmente el rio se desbordara y de ahí volviera a nacer ese deseo, junto con tu mirada y tu sonrisa sobre mí. 
Por que, finalmente, lo que amamos es el recuerdo, es aprenderte el rostro y la voz de la persona para que tu corazón palpite tras la distancia y sentir en retribución la alegría de darte cuenta de que lo que recuerdas, es la realidad. Nos recreábamos en nuestra mente, buscando sobrellevar la soledad. Extraño el no tener que extrañarte. Extraño cuando no eras un panorama difuso.
Era eso, tus besos, tus carias de lo que escribía hace tiempo. Eras tú. Me aprendía tu cuerpo y lo recorría tan suave con mi dedo, para darme cuenta cómo todo estaba en su lugar y fascinarme aún más por tu belleza. Era escribir en mi mente lo que me inspirabas, escribir en tu piel cómo me hacías sentir y susurrarte al oído lo que me gustaba de ti. La vida era otra, en tus brazos.
Ahora, todo es incierto. Es difícil decirlo, pero te extraño. Te imagino, te pienso, te sigo sintiendo. Esas palabras, ahora están colgadas. No como secándose para volverlas a usar, sino sonámbulas, olvidadas, inciertas, inútiles... perfectas. Se tendieron de un lazo imaginario tras tu indefinible partida. Esas palabras, ya no quedan más que sus esqueletos, se revuelven todas en mi mente y me forman a tu imagen, me describen tu aroma o tu tacto.
El tiempo se nos fue en urgencias, en caricias, en ver cuánto tiempo nos quedaba. El tiempo, te lo llevaste entero. Pero me dejaste los recuerdos; aunque, no sé qué me duele más. A veces, olvidar es necesario, es acomodar los besos, roces, caricias, suspiros y recuerdos en una cajita, cerrarla con llave y darse cuenta de que esa llave abre un nuevo anhelo. Otras veces, olvidar es no recordar, para que no duela tanto. Duele. Duele pensarte y ver que mi reloj ya no avanza, que me quedé en el segundo antes de que tus ojos verdes aparezcan, perdidos, buscando el recuerdo que guardas sobre mí... un recuerdo que ya no existe.
¿Te dolerá también? ¿Te dolerá tener el tiempo de una eternidad, pero gastarla en la incesante espera y búsqueda de algo que ni tú mismo sabes qué es? No los sé por eso, hoy de vuelta escribo.
Acariciar la sombre pensando en las ausencias, sorprenderme ahogándome en el mar como cuando nadaba en tu mirada, el recuerdo toma mi vida y yo, le dejo avanzar.
El recuerdo de tantas tardes que pasamos de prisa, pero que bien hicimos rendir, para recordarlos para siempre, el recuerdo de cuando el tiempo corría junto con nuestro deseo. Yo seguiré recordando, volveré a escribirte y, cuando sea necesario, volveré a inventarte por si renaces de mis letras. Ya todo fue y no queda nada. Miro el cielo y las hojas verdes que caen me recuerdan a tus ojos y las estrellas me hacen temblar; recuerdo cuando conté uno a uno los lunares de tu piel.
Me oculto en ésta noche y me cubro del recuerdo, del deseo. Vivo de eso y de la esperanza de que todo sea una vaga ilusión y regreses a mi lado. Vivo de eso y de, de vez en cuando, sentir la dulzura de tu ser al suave contacto de mi mano. No te busco porque temo que no existas, que no hayas sido más que el delirio en medio de mi deseo de compañía.
Un segundo, siempre es una ausencia, un suspiro, siempre es un recuerdo, y un cuerpo... un cuerpo siempre es mitad, sólo mitad. Me haces falta y te espero, espero aquello que no llega, espero ese segundo, ese suspiro, ese cuerpo que me digan que mi deseo existe.
Pero nada llega.
Nunca llega.
Más que tu recuerdo y una ausencia.

7 de mayo de 2011

La libertad

Sigo soñando contigo.
El tiempo pasa, pero sigues en mi recuerdo.
Anoche soñé que éramos libres
y que volábamos cumbres,
ante el cielo y el mar, en el prado
volábamos y nos fundíamos en el ombligo.

Y tu recuerdo me sacía
pues ya casi no me escribes
tus cartas, las releo cada día
esperando, quemándome de hastía
por si mis cartas, aún las recibes,
por si la vida, deja de sentirse fría.

Pero el viento es sabio,
que recuerde con él tu perfume
no es magia, si no un presagio.
Quizás vengas a mi libertad en un naufragio,
toda esa vida se resume,
en un suspiro que por tu aroma cambio.

La libertad, me duele
es tan grande el camino
que no se por donde seguir
para volverte a vivir,
para que compartamos juntos el vino
y que mi pájaro contigo vuele.

La libertad, me inspira
mucho he recorrido,
y siempre te busco en el paisaje
quizás, tu fuiste tan fino brebaje,
que hoy la libertad me ha traido
al fin esa resaca que tu voz transpira.

Sigo soñando contigo,
todas las cosas que viví a tu lado,
empiezo a dudar de que fueran sueños,
ahora todo, son momentos extraños,
por que estoy despierto y no soñando,
quizás todo es un castigo...

Un castigo por ser libre,
por decidir soñarte,
quizás hoy el cementerio visite,
renegaste a la vida, en ese escondite
y yo estoy cansado de buscarte,
por que dejaste de ser libre.

La libertad, mi penitencia
por seguirte amando, cuando te has ido
pese a todo, sigo buscando tu aroma
desde que partiste, mi vida se desploma,
la vida, insípida me ha sabido,
desde que dejaste tu cuerpo y eres escencia.

La libertad, mi recuerdo
lo único que me queda de lo que fuimos,
te dejo éstas flores y unas lágrimas,
quizás te transpiren mi aroma y mis ánimas
yo muero y los dos huímos,
y mi libertad descansará en tu lado izquierdo.

6 de mayo de 2011

No sé qué es lo que me atrae más de ti.

“Veo como escribes y me miras entre sensual y sonriente; mientras escucho el suave trazo de tu pluma al ser deslizada en el cuaderno que traes entre las manos y cubre tu pecho desnudo. Tu sonrisa me provoca. Quiero que sea sólo mía y que esboce unos cuantos besos para entretenernos un rato. Y qué decir de tus bragas... un suave toque y los conejitos se deslizarían, quizás asustados, entre tus piernas para revelar a un conejo aún mayor; un conejo, que aunque no es de chocolate, tiene ganas de ser comido, de que una lengua lo derrita y lo destace en pequeños trozos de placer.
Lentamente mueves un poco el cabello que te estorba para escribir lo que sea que te inspiro, porque eso me dejas entrever cada que posas sobre mis vellos tu provocadora mirada. Quizás tú estés pensando lo mismo que yo. Quizás y quieres que no sólo la tinta sea la que se corre sobre tu piel, la que te mancha y te mancilla. Quizás y quieres que escribamos juntos algo o que recitemos un orgasmo juntos. Quizás y lo que quieres es escribir encima mío.
Pero, por ahora, me tengo que conformar con que lo único nuestro que se toca sean las miradas; tan violentas se hacen el amor y cada uno pierde la concentración en el otro imaginando tan bellos panoramas; como el que tendría de ti desnuda sobre mi cama.
Ésta semioscuridad, tan propicia para tantas cosas, para llenarla con nuestras propias luces o para fundirnos en una misma oscuridad. Ahora repasas tu lengua sobre tus finos labios, quizás lo haces por que no te gusta tener sólo un par mojados o quizás para compensar el fino sudor que cae gota a gota de tus pezones y que incitan a morderlos, a que sean las gotas de lluvia que recibo, una a una, con la boca abierta en medio de una noche semioscura de lluvia.
Qué propia, si me permites decirlo, te queda esa erótica desnudez tan tuya, como si tu piel fuera tu vestido más elegante, como si fueras una escritora que se pone un vestido de coctel para escribir o vivir su mejor obra. Esa desnudez, tu gargantilla imaginaria de deseo y tu onírico taconeo mientras te conduzco hacia el sueño en el que te desgarro lo ya desvestido y tu ligeramente haces como que te niegas mientras e involuntariamente abres poco a poco las piernas y los labios esperando tu deseo… Me atraes. Sí, sin duda.
No sé qué me atrae más de ti. Que estés escribiendo éstas líneas, o que estés por escribir como te quito la pluma y te penetro muy suavemente con ella para que yo pueda tatuarte mi propia historia"

5 de mayo de 2011

Puedo escribir los versos más tristes ésta noche

Basado en el poema de Pablo Neruda del mismo nombre


Puedo escribir los versos más tristes ésta noche.
Puedo escribir las cataratas que emanan de tus tristes, verdes ojos
Puedo escribir como van en caída libre hacia el olvido.
Puedo escribir como me empapo en ellas desde tus senos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Puedo escribir a tus manos que se destejen de las mías
Puedo escribirme intentando tocarlas, sólo para ver como sus cenizas se desvanecen en el viento
Puedo escribirme alcanzándolas, para despertarme del sueño y esparcirlas junto con tu cuerpo al mar.

Puedo escribir los versos más tristes ésta noche. 
Puedo escribir al Sol, que no deja descansar al bosque o 
puedo escribir a tu recuerdo, que no se olvida en mi goce... 
Puedo escribir nuestros días, pero las palabras sólo se juntarían en melancolía. 

Puedo escribir nuestras noches, pero, todo terminaría como los versos de ésta noche...

Puedo escribir cómo los versos degeneran poco a poco, en tu mirada o en tu recuerdo o en tu besos, 
puedo escribirte y describirte, pero al pegarme al papel, no sentiría tu aliento sobre mi piel.
Puedo escribir los versos más tristes ésta noche. 
Puedo recitarlos mañana, para conmemorar tu muerte y el nacimiento de un amor eterno

Puedo escribir los versos más tristes ésta noche,
puedo escribir como te quiero.
Puedo escribir cómo te sigo imaginando, pese a que sé que ya no te tengo y que descansas en el filo de la guadaña de la muerte.
Puedo escribirme a mí, por que ahora que me faltas es cuando te quiero.

Puedo escribir los versos más tristes ésta noche,
debajo de la luna, por encima de tu tumba,
puedo escribir como yo muero.
puedo escribir; me dejaste triste en una eterna noche, puedo escribirte en verso.
Puedo escribir los versos más tristes de ésta noche....

4 de mayo de 2011

Un roce

Un roce
súbito
de la piel

Un roce
eterno
de labios

Un roce
corpóreo
y fugaz.

Un roce;
momento
de intuición

Un roce:
miradas
se tocan

Un roce:
dos almas
se aman.

3 de mayo de 2011

Y besarte y llenarme del elíxir de la vida…

Llegar a ti, desde la oscuridad de la soledad, dispuesto a que me tomes y a que los segundos nos duren más que la eternidad. Llegar a ti, en la completa embriaguez del sentimiento de aventura y deseo sincero que me inspiras. Llegar para recorrer tus selvas y lentamente descarnarte desde un beso para admirar los profundos ríos de sangre en los que se encuentran los cimientos del mundo.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida. 
Y besarte y vivir en ti y en mí y que empecemos a ser dos enamorados que se conocen lentamente en el fino hilo de una luz crepuscular que entra por la ventana y que te traspasa, dejando a contraluz mi silueta tras la excelsa transparencia de tu belleza. 

Una transparencia tan bella que me recuerda al mar y yo me reflejo en tu mar, todo para ahogarme en la dilatación de tus ojos infinitos, desde los que veo mi reflexión y al mundo entero, un mundo que se desvanece momentáneamente entonces en tus pupilas me veo infinitamente, y ya no existe nada más allá de la eternidad infinita de tu belleza.

Y besarte y llenarme del elíxir de la vida. 
Y besarte y olvidar que el tiempo fluye más allá de nosotros, que la Luna cubre la ventana con su bello panorama, pero ambos estamos lo suficientemente ciegos por el fino hilo de la luz del amor como para pensar que existe un mundo más allá de nosotros. 

Sentir como me rodeas y me tomas con ese calor que arde en cada uno de mis poros y que el mundo estallen en tus brazos, cuando gemimos, cuando nos amamos, cuando teas un segundo de besos fugaces llegamos a las estrellas y entonces muero en tus brazos para renacer con el aliento se tu boca.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida. 
Y besarte, como si fueras un palíndromo; de arriba hacia abajo y de atrás para adelante. Besar cada uno de los rincones donde alguna vez desearon mis suspiros, pero que ahora me pertenecen para siempre. Sentir el roce de tu fina piel, los hilos que te componen y los hilos que saltan y que forman las más bellas selvas; vírgenes hasta el anunciado contacto de mi saliva.

Ver cómo nuestras almas se funden y de ellas no resulta si no la mezcla de tu perfume y mi sudor, justicia como el olor que tenemos impregnado en nuestra piel y en nuestro sexo. Un olor tan único como el rocío de todas las flores en la mañana, un olor a deseo, a ansias mortíferas, un olor comparable con el olor de la Luna, que intenta hacerse un hueco en tu belleza para poder existir, aunque sea momentáneamente.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida.
Y besarte, hasta el alma, hasta ahogarme en el mar de tus infinitos olas o hasta renacer en la reflexión infinita de tus pupilas. Besarte para sobrepasar la humedad que cae más afuera de donde existimos; donde nada existe. 

Creer entonces en que lo bello es realmente bello y no tergiversaciones del poeta, creer que eres la más excelsa poesía jamás creada, o que la poesía fue creada para intentar imitar tu belleza transparente. Recorrer las esquinas de tu cuerpo, y que me pertenezcas en aliento, en sombra y en suspiro. Para entonces, ya nos conocemos a la perfección y nos reinventamos el uno al otro con los ojos entre cerrados, pero yo sólo soy capaz de intentar hacer poesía de tu belleza, de intentar imitar tu bella transparencia.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida.
Y besarte, tocar tu sexo con mis labios, tocarlo, húmedo entre mis manos, listo para el sentir de mi frío, para que mi boca le tome desde afuera, y conocer el más puro brebaje que se junta en los ríos donde se cimienta el mundo. La belleza destilada, libre de toda sustancia.

Vivir así, pasar la noche, el día y la vida; vivir de amores sinceros que no dejan si no la oscuridad de una oportunidad que fue y que nos cautivó, invitándonos a partir de este mundo y encontrarnos cada uno a la distancia perfecta para un beso; de extremo a extremo de la galaxia. Pero tu transparencia lo domina todo, te reflejas en cada cuerpo que intenta imitar al tuyo y yo no hago nada sino extasiarme, esperar a que las distancias se acorten y que de vuelta nuestras almas se superpongan.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida.
Y besarte para recordar que existo y que las distancias son sólo pretextos para poder amarnos, que el único impedimento es el tiempo, que se cuece lento dentro de la olla humeante de nuestra pasión, que está próximo de morir y dejarnos en paz, amándonos.

Vivir así, en tus brazos cuando nada más que tú me importa, cuando escucho los claros susurros de tu voz resonando en cada uno de mis huesos, cuando escucho a los ríos correr y a las estrellas sonreírnos. Evitar pensar que existe vida más allá de nosotros, para poder volverte a amar, para conocer los límites de tu belleza y tocarlos, ya imaginados, con mi dedo y humedecerme entonces del rocío que destilan las flores intentando imitar tu saliva, que ahora recorre mi garganta.

Y besarte y llenarme del elixir de la vida.
Y besarte entre sonrisas. Esa sonrisa que siempre alumbra el camino que me pones para que llegue a ti desde tu cuerpo. Una sonrisa tejida con los hilos con los que después se tejió la Luna, una sonrisa bordada con perfección para admirarla entre besos.

Eres mi reflejo en el eterno mar, eres el perfume en el que me ahogo cuando me cubro de sudor y agua salada, eres la Luna que me observa y eres el silencio que me encanta. El silencio que me enamora por siempre, con sus insinuaciones, con sus líneas entre espacios. El silencio que te digo, que te prestigia y que te impregno en la piel minutos a minuto de éste amor. 


Y besarte y llenarme del elixir de la vida…
Y besarte y vivir para ser un reflejo de tus eternos ojos…

2 de mayo de 2011

Si no eres el vino que yo bebo

Si no eres el vino que yo bebo,
dime que otra explicación daría,
a que te sienta, a que tu aliento
que me calentaba y me cubría
descubra tu figura en el puerto.

Si no eres el vino que yo bebo,
si las que miro no son estrellas,
entonces yo no observo éste cielo
y en la playa no marcan mis huellas
y ningún pez morderá mi anzuelo

Si no eres el vino que yo bebo,
¿por qué te escucho al venir el viento?
¿Cómo escucho al mar y su gruñido?
¿Qué aroma me deja tan sediento?
¿Es tú recuerdo al que he sonreído?

Si no eres el vino que yo bebo,
yo me perdí eterno en la locura
si tu sabor no es el de dulzura
no tiene caso ésta mi aventura,
si no eres el vino que yo bebo...

1 de mayo de 2011

Las Dudas, La Nada, la Imaginación y nosotros.

Después de noches de pasiones oscuras, de momentos de arrepentimiento en donde ambos compartimos el instantáneo placer que parecía tan eterno suspiro, nos encontramos en medio de la mañana.
O quizás debería decir, nos reencontramos, porque esa noche fue en la que nuestros caminos se cruzaron, tan iguales y nos vinieron a decir que quizás ante todo, había una salvación. Pero aprovechamos la precaución de un semáforo en ámbar, para disfrutar del panorama de la ciudad, así, ambos bajamos de los caballos que tan rápidos nos conducían hacia Nada, hacia ninguna parte, pero hacia el inicio de todo, porque finalmente nosotros acabamos donde alguna vez iniciamos la vida; en esa Nada instantánea que nos empeñamos en recrear cada vez que hacemos el amor, cada vez que la noche nos cruza y nos intersecta con otra persona, cada vez que el semáforo se pone ámbar y nosotros aprovechamos para, con los seis sentidos, describirnos a nosotros mismos el panorama de una ciudad creciente, de un campo distante, o quizás de una Nada que inicia o que termina. Así es como nos encontramos. Los caballos nos esperaban, tomando la distancia y privacidad que requeríamos y nuestros besos completaban las historias que a medias iniciábamos para tomar bocanadas de aire y del perfume del otro en medio de los besos. Quizás eso era la vida al fin y al cabo. Un perfume color ámbar, una espera minuciosa que parece tan eterna como un suspiro pero que no hace nada más que apaciguarnos un momento de esa Nada que buscamos, a la que viajamos en caballos o barcos o naves aéreas. Tanto tiempo entonces, tan poco tiempo que parece ahora, pero bien lo supimos hacer rendir. 
Nos detuvimos entre besos, para encontrarnos y encontrar la Nada a la que íbamos en el cuerpo del otro. Y es que quizás, la Nada en realidad es una espera color ámbar y bajo ese pensamiento temeroso, lo dimos todo al otro, nos ofrecimos y nos sacrificamos, por si del ámbar salía un rojo que nos impedía continuar tan acelerádamente como lo habíamos hecho hasta ahora.
Recorrimos a pié distancias imaginarias, que no eran sino un reflejo de las distancias que recorríamos a besos en el cuerpo del otro, para encontrar a aquél con el que nos habíamos intersectado y a nosotros mismos y al panorama de una espera color ámbar.
Todo podía pasar, pero pasó Nada. Nada más que el disfrute propio del placer. Nuestros seis sentidos terminaron extasiados; esperar siempre es bueno.
Las esperas nos hacen recapacitar, pensar si es mejor apresurarse por si el ámbar se torna rojo o tomar las cosas más lentas por si el ámbar se torna verde. Finalmente, una espera nos invita a reconsiderar si el panorama es el indicado en nuestra vida o si deberíamos tomar el próximo retorno, o quizás, dejar el caballo y tomar un barco o una nave aérea para continuar nuestro camino hacia la Nada.
Pero, finalmente, pasa nada. No hay prisa. Nosotros mismos nos apresuramos, por que valoramos tan poco nuestra vida que queremos regresar al inicio, dar una vuelta en círculo porque no tenemos el valor suficiente para mirar atrás, a la neblina de nuestro pasado, que en nuestra mente algunas veces se ve tan clara, pero es producto de nuestra imaginación.
Esa imaginación... muchos piensan que la vamos perdiendo con el tiempo pero, realmente, es un recurso no renovable que gastamos en llenar los huecos de aquellas cosas que olvidamos con el tiempo y que no nos atrevemos a indicarle a nuestro caballo que regrese a vivirlas, por el miedo, por la presión mental de llegar a la Nada, por el miedo a la Nada a la que sin darnos cuenta nos conducimos tan rápidamente...
Quizás debería callarme y disfrutar de tu cuerpo. Pero, sencillamente, no puedo. Porque esta intersección, la espera color ámbar, es el conocimiento. Ahora que te bebo beso a beso, tan léntamente, compartimos juntos el conocimiento que propicia a estas reflexiones. Las esperas, las intersecciones, son los reflexiones, el compartir los detalles de la Nada para tener menos miedo a ella, para desacelerarnos un poco y poder disfrutar de la vida, del panorama desde nuestro caballo, en vez de querer dirigirnos tan rápidamente a la Nada para acabar con el suplicio y la curiosidad de no saber que es.
Pero la Nada, es tu cuerpo. Es mi cuerpo. Son éstos besos. No hay Nada que temer. No hay Nada a la cuál temerle. Si te detienes a pensarlo, si todo camino conduce a una Nada personal, entonces no deberíamos de estar llorando, porque nuestras lágrimas son Nada, incluso, nosotros mismos no somos nada si no el recuerdo de nuestro pasado, un pasado imaginado, porque ahora que recorremos a besos nuestro pasado, no queremos mirarnos en el río, por miedo a que no seamos los huecos llenados por nuestra imaginación si no una Nada eterna. Ese es nuestro miedo, por eso cada día al despertarnos nos miramos al espejo, para asegurarnos de que somos algo y Nada. 
Ahora mismo, no estamos desnudos, estamos cubiertos por la Nada del amanecer mientras el semáforo de la vida sigue en ámbar. Hasta que dejemos de imaginarnos, no podremos continuar, pero quizás, ésta espera sea nuestra Nada. Quizás la Nada que imaginamos realmente no sea nada y sea un punto eterno de reflexión, un espejo en las cuatro dimensiones que nos refleja en el pasado, en el presente y en el futuro de la Nada, pero que nuestra imaginación intenta controlar para que no nos refleje tan perfectamente.
Quizás este suspiro es la Nada que temíamos, quizás nada es Nada. Quizás deberíamos cerrar los ojos y dejar que nuestra imaginación recree la última noche, la noche que pasamos juntos, la noche en la que nos encontramos, nos intersectamos, nos reencontramos y nos descubrimos como la Nada que somos.
Porque la Nada, somos nosotros, los cuerpos que aman. Y la Nada, son los besos que cubrieron nuestro cuerpo de la muerte, la vida y la Nada que buscábamos... 
Volvamos a acobijarnos, de la noche, ahí perderemos toda percepción de lo que somos, o de lo que nos imaginamos ser, por el temor de darnos cuenta de que somos la Nada que tememos...

Ahora, el momento es eterno. Ahora, ya no queda Nada. Ni Nada que perder.Después de noches de pasiones oscuras, de momentos de arrepentimiento en donde ambos compartimos el instantáneo placer que parecía tan eterno suspiro, nos encontramos en medio de la mañana.
O quizás debería decir, nos reencontramos, porque esa noche fue en la que nuestros caminos se cruzaron, tan iguales y nos vinieron a decir que quizás ante todo, había una salvación. Pero aprovechamos la precaución de un semáforo en ámbar, para disfrutar del panorama de la ciudad, así, ambos bajamos de los caballos que tan rápidos nos conducían hacia Nada, hacia ninguna parte, pero hacia el inicio de todo, porque finalmente nosotros acabamos donde alguna vez iniciamos la vida; en esa Nada instantánea que nos empeñamos en recrear cada vez que hacemos el amor, cada vez que la noche nos cruza y nos intersecta con otra persona, cada vez que el semáforo se pone ámbar y nosotros aprovechamos para, con los seis sentidos, describirnos a nosotros mismos el panorama de una ciudad creciente, de un campo distante, o quizás de una Nada que inicia o que termina. Así es como nos encontramos. Los caballos nos esperaban, tomando la distancia y privacidad que requeríamos y nuestros besos completaban las historias que a medias iniciábamos para tomar bocanadas de aire y del perfume del otro en medio de los besos. Quizás eso era la vida al fin y al cabo. Un perfume color ámbar, una espera minuciosa que parece tan eterna como un suspiro pero que no hace nada más que apaciguarnos un momento de esa Nada que buscamos, a la que viajamos en caballos o barcos o naves aéreas. Tanto tiempo entonces, tan poco tiempo que parece ahora, pero bien lo supimos hacer rendir. 
Nos detuvimos entre besos, para encontrarnos y encontrar la Nada a la que íbamos en el cuerpo del otro. Y es que quizás, la Nada en realidad es una espera color ámbar y bajo ese pensamiento temeroso, lo dimos todo al otro, nos ofrecimos y nos sacrificamos, por si del ámbar salía un rojo que nos impedía continuar tan acelerádamente como lo habíamos hecho hasta ahora.
Recorrimos a pié distancias imaginarias, que no eran sino un reflejo de las distancias que recorríamos a besos en el cuerpo del otro, para encontrar a aquél con el que nos habíamos intersectado y a nosotros mismos y al panorama de una espera color ámbar.
Todo podía pasar, pero pasó Nada. Nada más que el disfrute propio del placer. Nuestros seis sentidos terminaron extasiados; esperar siempre es bueno.
Las esperas nos hacen recapacitar, pensar si es mejor apresurarse por si el ámbar se torna rojo o tomar las cosas más lentas por si el ámbar se torna verde. Finalmente, una espera nos invita a reconsiderar si el panorama es el indicado en nuestra vida o si deberíamos tomar el próximo retorno, o quizás, dejar el caballo y tomar un barco o una nave aérea para continuar nuestro camino hacia la Nada.
Pero, finalmente, pasa nada. No hay prisa. Nosotros mismos nos apresuramos, por que valoramos tan poco nuestra vida que queremos regresar al inicio, dar una vuelta en círculo porque no tenemos el valor suficiente para mirar atrás, a la neblina de nuestro pasado, que en nuestra mente algunas veces se ve tan clara, pero es producto de nuestra imaginación.
Esa imaginación... muchos piensan que la vamos perdiendo con el tiempo pero, realmente, es un recurso no renovable que gastamos en llenar los huecos de aquellas cosas que olvidamos con el tiempo y que no nos atrevemos a indicarle a nuestro caballo que regrese a vivirlas, por el miedo, por la presión mental de llegar a la Nada, por el miedo a la Nada a la que sin darnos cuenta nos conducimos tan rápidamente...
Quizás debería callarme y disfrutar de tu cuerpo. Pero, sencillamente, no puedo. Porque esta intersección, la espera color ámbar, es el conocimiento. Ahora que te bebo beso a beso, tan léntamente, compartimos juntos el conocimiento que propicia a estas reflexiones. Las esperas, las intersecciones, son los reflexiones, el compartir los detalles de la Nada para tener menos miedo a ella, para desacelerarnos un poco y poder disfrutar de la vida, del panorama desde nuestro caballo, en vez de querer dirigirnos tan rápidamente a la Nada para acabar con el suplicio y la curiosidad de no saber que es.
Pero la Nada, es tu cuerpo. Es mi cuerpo. Son éstos besos. No hay Nada que temer. No hay Nada a la cuál temerle. Si te detienes a pensarlo, si todo camino conduce a una Nada personal, entonces no deberíamos de estar llorando, porque nuestras lágrimas son Nada, incluso, nosotros mismos no somos nada si no el recuerdo de nuestro pasado, un pasado imaginado, porque ahora que recorremos a besos nuestro pasado, no queremos mirarnos en el río, por miedo a que no seamos los huecos llenados por nuestra imaginación si no una Nada eterna. Ese es nuestro miedo, por eso cada día al despertarnos nos miramos al espejo, para asegurarnos de que somos algo y Nada. 
Ahora mismo, no estamos desnudos, estamos cubiertos por la Nada del amanecer mientras el semáforo de la vida sigue en ámbar. Hasta que dejemos de imaginarnos, no podremos continuar, pero quizás, ésta espera sea nuestra Nada. Quizás la Nada que imaginamos realmente no sea nada y sea un punto eterno de reflexión, un espejo en las cuatro dimensiones que nos refleja en el pasado, en el presente y en el futuro de la Nada, pero que nuestra imaginación intenta controlar para que no nos refleje tan perfectamente.
Quizás este suspiro es la Nada que temíamos, quizás nada es Nada. Quizás deberíamos cerrar los ojos y dejar que nuestra imaginación recree la última noche, la noche que pasamos juntos, la noche en la que nos encontramos, nos intersectamos, nos reencontramos y nos descubrimos como la Nada que somos.
Porque la Nada, somos nosotros, los cuerpos que aman. Y la Nada, son los besos que cubrieron nuestro cuerpo de la muerte, la vida y la Nada que buscábamos... 
Volvamos a acobijarnos, de la noche, ahí perderemos toda percepción de lo que somos, o de lo que nos imaginamos ser, por el temor de darnos cuenta de que somos la Nada que tememos...

Ahora, el momento es eterno. Ahora, ya no queda Nada. Ni Nada que perder.